Por Laura Aguilar Ramírez
Para Puntadas de familia
-Mira ¡qué hermoso atardecer! Mira el cielo. Pareciera que se desarrolla una lucha entre la luna que quiere alumbrar y el sol que se niega a irse a descansar.
Pareciera que la noche es el escenario de ésa lucha en donde los únicos ganadores son aquellos que están despiertos para poder contemplarlo.
Cada día, Dios nos da ésos maravillosos regalos y pocos lo aprecian y menos lo agradecen.- Esto le decía un padre a su hijo, que lloraba por un globo que había soltado sin querer.
Era un bonito globo con forma de corazón, que el padre le había comprado ante la insistencia del chico. -era un chiquillo que acostumbraba hacer rabietas cada vez que no conseguía lo que quería. Su padre muchas veces cedía, por cansancio o simplemente por no discutir. Finalmente, sus rabietas eran por cosas que no valían la pena: un osito que le había gustado, un dulce que se le antojó, un no querer estar en ciertos lugares.
El padre trabaja tanto y descansa poco. Casi siempre está cansado y frustrado.
Esa tarde, después de comprar el globo, al pequeño se le antojó un algodón de azúcar. Al intentar cogerlo, soltó el globo que se elevó al cielo.
Entonces, el padre volvió sus ojos al cielo y se sorprendió por el hermoso atardecer que se desarrollaba sobre él y del que no se había percatado por estar al pendiente de los caprichos de su hijo.
¿Cómo había podido perder ésa capacidad de dejarse sorprender por las maravillas que Dios regala a quien está dispuesto a apreciarlas? Su vida se había convertido en una carrera entre el trabajo, la casa, cuidar del hijo, intentar agradar a su mujer. Se ha olvidado de él en su empeño por agradar a todos, terminó por dejar de agradarse a sí mismo.
El mirar ése atardecer, le devolvió de un sólo vistazo la antigua sensación de ser dueño de su vida. Ahora se sentía partido en dos, sentía que desaparecía cada vez más como el sol que se niega a dejar de alumbrar ante la belleza de la luna que insiste en mantenerse en el firmamento.
La luna es tan bella que el mismo sol se deslumbra ante su platina y fría belleza. Es tan bella, que los poetas se inspiran en ella para sus apasionados poemas; tan bella, que los pintores plasman en sus lienzos noches iluminadas por la luna y las estrellas.
La belleza de la noche con la luna y las estrellas, con el silencio del no trajinar es tan atractivo que el día con sus sol parece no ser tan bello. El sol sin ningún otro cuerpo celeste brilla sólo en el firmamento porque no necesita de otro cuerpo para hacerlo. El sol es el eterno solitario, enamorado de la luna y de las estrellas, que no tienen vida, ni calor, ni belleza alguna. Toda su belleza procede del reflejo del sol en ellas.
Si el sol dejara de brillar, ni la luna ni las estrellas serían algo. No tendrían calor ni vida, ni belleza ni presencia alguna
Todo ésto pasó por su mente, en cuestión de segundos. Se dió cuenta entonces que él como el sol, era el motor principal por el que su mujer y su pequeño, se movían.
Sintió entonces que su cansancio desaparecía, se sintió fortalecer y tomando la mano de su pequeño, que había dejado de llorar por el globo y que miraba ahora una roja manzana dulce, la señalaba indicando su deseo de comerla.
Sonriendo, se dirigió a comprar la manzana a su hijo, sabiendo que no tenía importancia la manzana, lo imortante es que su hijo sintiera el amor que le tenía, tanto como las estrellas reciben el calor del sol, tal vez sin merecerlo y mucho menos sin agradecerlo, porque el amor no tiene precio, no se compra en las tiendas ni se puede regalar envuelto en un paquete. Se da, simplemente, como las puestas de sol y los amaneceres.