La sonrisa de una madre

por Laura Aguilar Ramírez
Para Puntadas de familia

Erase una vez una niña que soñaba con ser la mejor en todo. lo deseaba con todo su corazón.

Si había que correr, ella deseaba llegar primero
Si había que brincar, ella deseaba brincar más alto.
Si había que estudiar, ella deseaba ser la primera de su clase.
Todo lo hacía para dar gusto a su madre. Era tan buena, tan trabajadora, pero sonreía tan pocas veces.

Y era tan hermosa su sonrisa. Y mucho más su risa.
Tenía tan pocos motivos para reir.

Pero a decir verdad, tampoco la había visto llorar. Pocas personas la habían visto llorar.

La niña no deseaba perderla. Parecía que todo lo que amaba, desaparecía sin decir adiós.
Al menos, así le parecía a ella. Y no deseaba que su mamá desapareciera.

Un día, un perrito la siguió de la escuela. Ella lo alimentó, lo cuidó y el perrito la seguía a todas partes desde entonces. Y un buen día, desapareció de su vida. Alguien había querido pegarle y el perrito se abalanzó a defenderla, mordiendo al agresor.

Fué su último día. Una camioneta apareció por su calle y se lo llevó.

En otra ocasión, un primo suyo al que quería mucho, desapareció de su vida. Era muy inquieto y se trepaba en todos lados, cayéndose, pero valientemente volvía a subirse a lo alto. Le gustaba sentirse valiente y que se dieran cuenta que lo era.

Un buen día, desapareció. Un camión lo atropelló y murió a consecuencia de ello.

Amaba a una amiguita que tenía, con la que jugaba. Era muy simpática y la quería mucho.
Un buen día, desapareció. Su madre y el padre de ella, se separaron y no volvió a verla.

Era muy triste que desaparecieran de su vida. Y temía que su madre, a la que quería tanto, desapareciera también.

Había aprendido que cuando era obediente, no sucedía nada malo. Sólo cuando desobedecía, sucedían cosas así.

Lo había aprendido poco a poco. El perrito atacó al muchacho, porque ella había desobedecido; se le había dicho que no permitiera que se acercara a la casa, porque era grande y espantaba a los niños pequeños. Ella, no obedeció. Lo llamó para jugar con él, porque los otros niños no querían jugar con ella.

Un niñito enfermo, se asustó al verlo correr alegremente hacia ella. Pensó que corría para perseguirlo y comenzó a llorar. Su hermano mayor, quiso espantarlo. La niña quiso impedir que lo golpearan e intentó detener al muchacho. Se cayó en su intento y el perro creyendo que atacaban a la niña, mordió al muchacho.

Le habían dicho que no fuera sin permiso al parque, y desobedeció. Le gustaba jugar en los columpios y se dejó convencer por sus primos. Su pimito deseaba impresionarla, porque era la "consentida" de quien los cuidaba. Y todos deseaban agradarle por ello.

Se subió a los juegos altos, siendo tan pequeño, se cayó y se rompió un brazo. Otra vez, se rompió el otro brazo, subiendo a las azoteas a brincar.

Deseando agradar a sus hermanos, fué a comprar helados y lo atropelló el camión.

Su amiguita era muy linda, pero desobediente. Un día rompió un carrito y la culpó de ello. Sus padres se enojaron; su mamá alegaba que ella no era destructora y el padre de su amiguita alegaba que su hija tampoco lo era.

La niña para evitar que se enojaran, aceptó la culpa, pero el papá quiso pegarle por destructora y entonces sobrevino la desgracia. A su madre no le gustaba que le pegaran a sus hijos.

Así que ella intentaba hacerle menos pesadas las cargas a su mamá, deseaba que se sintiera orgullosa de ella. Era lo que más deseaba.

Y casi siempre lo lograba. Sólo éso hacía sonreir a su madre. Y era tan hermosa su sonrisa que valía la pena todos los esfuerzos que ella hiciera.

Si obedecer era lo que había que hacer, ella obedecía de mil amores.

Pronto, las personas que amaba, dejaron de desaparecer. Y ella era feliz con ello.