Por Laura Aguilar Ramírez
Para Puntadas de familia
Arnoldo era un niño que vivía en un valle hermoso. Le gustaba subir a los árboles a comer los deliciosos frutos que tenían. Mientras comía, se sentaba entre las ramas y soñaba despierto.
Soñaba que ya era mayor y que como su padre y su abuelo, él también sembraría árboles, los cuidaría y siempre habría fruta deliciosa que comer.
Admiraba a su padre, que todos los días salía temprano de casa hacia la huerta en la que trabajaba. A mediodía su madre le llevaba el almuerzo que comían juntos bajo la sombra de los árboles. Arnoldo iba a la escuela. Quedaba un poco lejos porque vivían en un rancho. Así que se juntaba a varios niños de su comunidad y se iban en la vieja camioneta de Don Pancho que pasaba a la orilla de la carretera por cada uno.
Así transcurría la vida tranquila de ése lugar. Los domingos se reunía la familia, a veces sóla, a veces con amigos. Comían, charlaban. En tiempo de calor se bañaban en la presa cercana. A Arnoldo le gustaban los domingos porque casi siempre se encontraba con sus amigos y jugaban, corrían, nadaban.
Pero como desgraciadamente ocurre, nunca falta alguien a quien no le agrada la vida tranquila y desea vivir como en la televisión ve.
Se me olvidaba decir que en ése rancho y en los ranchos cercanos no había televisión, la señal no llegaba hasta ellos. Pero en el pueblo al que iban ya había llegado ése invento. Y varios compañeros de Arnoldo veían programas que después le platicaban a sus compañeros.
Empezó a oir hablar de niños que volaban con grandes capas, de perros que hablaban y de hombres que nadaban en el fondo del mar sin necesidad de respirar con la estorbosa mascarilla que su padre le obligaba a ponerse para sumergirse en la presa.
Le parecían sensacionales las historias de sus compañeros. Y con su desatada imaginación, empezó a vislumbrarse como ésos niños voladores, ésos niños que nadaban en el fondo del agua.
La vieja idea de ser cuidador de árboles empezó a borrarse de su mente. En su lugar, surgieron capas voladoras y peces que hablaban. Deseaba tanto tener una televisión para poder ver lo que sus compañeros veían.
Se enojaba con sus padres cuando le prohibían nadar en lo profundo de la presa, le molestaba que no lo dejaran subir a los árboles más altos como los grandes pinos o las altas palmeras. Nunca se había dado cuenta que sólo podía subir en los árboles pequeños cargados de frutas.
Su antes buen carácter empezó a cambiar sin darse cuenta. Pensaba qué divertida era la vida de sus amiguitos y qué aburrida era la suya. En su rancho no había animales que hablaban, ni niños que volaban, ni nada de lo que sus amiguitos vivían.
Un buen día, sin que sus padres se dieran cuenta se dirigió con decisión hacia la zona "prohibida" a donde sus papás no le permitían ir. Le daba un poco de miedo a decir verdad. Era un lugar oscuro porque los rayos del sol no entraban através de los grandes árboles, también hacía frío.
Pero nada iba a impedir que se subiera a ésos grandes árboles para ver desde ahí el mundo que sus padres egoístamente no le dejaban ver.
Empezó a trepar por uno de ellos con mucha dificultad, pues no había ramas de donde sostenerse. Pero no iba a irse sin lograrlo.
Su ropa se empezó a romper por la fricción contra los troncos y pronto empezó a sentir dolor en su pecho. Eran los arañazos que le producían las rugosidades de los troncos. Pero no iba a desistir de su empeño. No había ido tan lejos sin ver a los niños voladores y a los pájaros que hablan... no, señor.
Pronto empezó a fatigarse, pero "ya falta poco"-pensaba. "Ya debo estar cerca". Y continuaba subiendo sin detenerse.
De pronto vió una rama y se sostuvo de ella, esperando poder descansar un poco. La rama se partió y Arnoldo fué a dar al suelo. Se rompió una pierna... o al menos éso pensó, pues le dolía mucho y le salía sangre.
No sabía qué hacer, no podía caminar.... sus padres no podían oirlo porque no sabían donde buscarlo.
"Me moriré aquí"- pensó tristemente...."no volveré a ver a mis papás, ni a comer frutas, ni a subirme a los árboles".
No sabía cuánto tiempo llevaba ahí, ni si era de día o de noche.
"Arnoldo... Arnoldo..." escuchó a lo lejos. Era la voz de su padre. Seguramente lo buscaban por la huerta, pensando que comía fruta.
"Aquí estoy"- gritó. Pero de su boca no salía sonido. Volvió a escuchar la voz de su padre "Arnoldo, Arnoldo"... seguramente lo buscaban por la presa.
De pronto, sintió una lengua rasposa que lo lamía. Era "donky" su perro al que en la mañana había llamado "perro tondo.. tú no sabes hablar" y le había dado una patada para que no lo siguiera.
Pero lo que Arnoldo no sabía, era que su perro tan tonto y que no sabía hablar, tenía la misión de cuidarlo. Misión que él mismo se había tomado desde que llegó al rancho. Así de terco era "donky".
Lo había seguido, había visto cómo trepaba por los pinos. Y como todo buen perro tonto, pensó que era un nuevo juego y se puso a olisquear los tréboles y hongos que crecían bajo los grandes árboles. También para él era nuevo ése lugar.
A diferencia de Arnoldo, "donky" sí podía caminar y al oir al padre de Arnoldo gritar, corrió pensando que era hora de comer y que Arnoldo iría corriendo tras él.
El padre de Arnoldo al ver a "donky" se dió cuenta de dónde venía. Y se dirigió a los pinares. Ahí encontró a su hijo lastimado, ensangrentado. Y lo llevó a casa donde su madre lo curó y alimentó.
Su padre no lo regañó, sólo lo miraba triste. Su madre lo acariciaba y lo besaba. Pensaba en que su hijo habría podido morir de una caída.
Su padre le explicó que un árbol mientras más alto, tiene sus ramas más fuertes más altas.
Y que los árboles frutales son bajitos, porque para dar fruto no necesitan ser tan altos. Los grandes árboles dan madera para construir. Y cada uno cumple una función distinta.
De igual manera, los niños no pueden hacer muchas cosas que los adultos sí pueden. Es por éso que deben obedecer a sus padres.
Arnoldo aprendió de la manera más dura que desobedecer no es buena idea. Aprendió también que los animales no hablan, pero son más inteligentes pues obedecen las leyes de la naturaleza. "Donky" no necesitó un mapa para regresar a casa. Aprendió también que los niños no vuelan porque no son pájaros.
Llegó a la conclusión de que las historias que sus compañeritos platicaban eran puras mentiras. Y dejó de desear tener televisión. Para qué la quería si tenía un perro tonto con quien jugar, unos árboles que le daban frutas y unos padres que lo amaban y cuidaban.
Todo volvió a la normalidad, después de unos tres meses que se pasó en casa con la pierna enyesada.
Moraleja: obedecer es importante. Hacer cosas a escondidas de los padres no es bueno.