Era 31 de Noviembre, un día como cualquier otro día en el que la humanidad recuerda a aquellos que ya partieron del mundo.
Al cielo, llegaban fotos diferentes:
Un ángel llegó apesadumbrado, llevaba fotos de un lugar en donde los niños salían a las calles vestidos de demonios, vampiros, brujas y demás.
-Virgen madre nuestra- ¿Crees que a Dios le gustaría ver éstas fotos? No me atrevo a ponerlas bajo su mirada.
-Sabes bien, querido que Dios ya lo ha visto, que a El nada le es oculto. Desgraciadamente, no eres el primero que ha traído fotos como ésa.
Mi Hijo también está muy triste. A ustedes no les está permitido ver lo que sucede en el infierno, pero ahí satán está feliz viendo no sólo a niños vestidos como él y como sus seguidores, sino fotos peores:
de niños que son torturados para que él se alegre, de personas que son sacrificadas, de sacrametnales profanados. Cada uno de ésos actos, lo alegra tanto que las llamas del infierno pareciera que suben a la tierra.
Cada uno de ésos actos, hace que las llagas de mi hijo sangren profusamente y sangre y agua se derramen incontenibles sobre la tierra.
El ángel quedó aterrado, entristecido sabiendo que el dolor causado a su Señor era muy grande.
En el cielo no había celebración.
De todos lados, llegaban fotos de festejos con esqueletos, con diablos y brujas. Y el corazón de Cristo se dolía cada vez más.
De pronto, llegó un ángel volando a todo lo que daba:
-"Señora, Señora... mira lo que encontré!!"
Tomando un poco de aire, porque la subida había sido agitada, el ángel desplegó unas fotos que alegraron mucho a la Virgen.
Era un pueblo de gente sencilla, vestidos de ángeles, de Virgenes, de santos. Un sacerdote los dirigía entre las calles, cantando glorias a Dios.
Su corazón se alegró tanto, que la espada con que fué atravezado, despidió unos rayos luminosos, un olor a rosas inundó el ambiente y se derramó sobre ése pueblecito.
Corrió presurosa a contarle a su Hijo, pero éste la recibió con una gran sonrisa. Las dolorosas llagas que sangraban tan profusamente, habían cauterizado. La sangre y el agua que de ellas manaban, cesaron y con ello, dejó de caer en forma de fuego y de lluvia torrencial sobre la tierra.
Los ojos de la Virgen se llenaron de lágrimas, lágrimas de agradecimiento a Dios por ver a su Hijo dejar de padecer. Esas lágrimas se derramaron en forma de suave brisa, de lluvia cantarina sobre el pequeño pueblo que había hecho alegrarse el corazón de su Hijo.
-Entonces reunió a los santos, a los ángeles y les mostró las fotos que habían llegado al último.
Cada uno reía mirando a ésos niños y padres y madres recorrer su pueblo.
-Mira, ésa pequeña está vestida como tú, Madre- decía uno.
-Aquél muchachito está vestido como ángelito-decía otro
Así, cada santo buscaba en ése grupo a niños vestidos como ellos. Cada uno se alegraba y todos cantaron "Aleluya".
Sus cantos cayeron como bálsamo sobre las almas de aquellos que aún no suben al cielo, de aquellos que esperan su turno de gozar de la paz eterna. También ellos se alegraron, porque el tormento purificador fué menor, se llenaron de esperanza.