Paseando por la ciudad un buen día en que el sol brilla y crees que todo va perfecto, sientes de pronto un piquete.
Al voltear la vista, ves tu pierna hinchada y la sientes adormecida. Volteas buscando de dónde procedió el piquete por si puede ser venenoso. Y te encuentras con una planta para tí desconocida.
Parece un cáctus, pero con espinas mucho más duras.
Eso le sucedio a Juanita, una linda señora que gustaba de cuidar flores.
Eran muchas, muy variadas y muy bellas sus flores. Tenía blancas, moradas, amarillas. Le gustaba sentarse a la sombra de sus árboles, sentir su frescura.
Acostumbraba regarlas como si regara a sus hijos, a sus hermanos, a sus padres.
Juanita estaba enferma y le era muy difícil caminar.
Su único gozo se lo brindaban sus plantitas.
Le era muy difícil salir a la calle por su incapacidad. Así que sus plantas le brindaban paz, tranquilidad y consuelo.
Ese día en que paseaba tan tranquila llevó a su casa el cáctus aquél. Lo cuidaba y lo regaba como a todas sus plantitas. Al lado del cáctus creció un arbolito.
Lo tuvo por mucho tiempo, lo vió crecer y lo vió florecer.
Un día, un gran viento arrancó de tajo el cáctus y lo tiró al otro lado de la calle.
Juanita lloraba al no poder salir a recogerlo.
Poco a poco su jardín fué desapareciendo, unas veces la lluvia las pudría, otras veces las sequías las secaban y otras, el viento las deshojaba o las arrancaba de cuajo.
A medida que su jardín iba desapareciendo, también su salud iba empeorando. Nadie lo notaba, pero su corazón todo guardaba. Su voz también se fué apagando. Ya no reñía, ya no lloraba, ya no protestaba.
Finalmente, un día su vida acabó. Sin aparente causa. Simplemente se fué, en silencio, sin quejarse.
Al paso del tiempo, una semilla brotó en el lugar en donde su cuerpo fué arrojado como si fuera un costal sin importancia.
Era un "no me olvides", una flor que siempre está.
Siempreviva le llaman en otros lugares, como ella, siempreviva en todos aquellos que la amaron de verdad.