La oveja trasquilada



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Había una vez una linda ovejita que tranquilamente pastaba junto al rebaño. El pastorcito que cuidaba el rebaño se sentó  a tocar la flauta bajo la sombra de un gran árbol. Todo transcurría como debía transcurrir:
el sol alumbraba y brindaba su calor, las nubes formaban bellas figuras en el cielo, el río cercano cantaba alegremente mientras corría hacia el mar, las ovejas pastaban en los verdes prados a los que habían sido conducidas.

Un pastor que tenía pocas ovejas, envidioso del gran rebaño que cuidaba Luisito el pastor, esperaba el momento en que éste se descuidara para poder robarse alguna ovejita.

Pero las ovejas estaban muy cerca y se mantenían juntas. El pastor ratero buscó entonces una manera en la cual pudiera hacerse de una o de más para aumentar su rebaño. Las ovejas de Luisito daban mucha lana mientras que las suyas no. La calidad de lana de las ovejas de Luisito era mejor que las suyas, porque Luisito elegía buenos pastos, buscaba la manera de que sus ovejas comieran y bebieran, cuidaba de que su lana fuera trasquilada a tiempo para que no se les hiciera bolas, estaba atento en todo momento a sus necesidades, mientras que las de Raterín estaban descuidadas, trasquiladas a cada rato, pues Raterín sólo miraba la manera de tener lana que vender.

Raterín acostumbraba trasquilar a sus ovejas con una podadora de pasto para que fuera más rápido, pues Raterín era bastante flojo,  le gustaba ganar mucho para poder darse sus gustos que eran caros y sus ovejas además de ser pocas, estaban llenas de heridas, delgadas por falta de alimento y cuidado.

Luisito en cambio, amaba a sus ovejas y las trasquilaba cuando era necesario, cuidaba de que al hacerlo no fueran lastimadas, por lo tanto, crecían alegremente.

Así que Raterín ideó una treta para engañar a Luisito. Lo invitó un día a una comida donde sirvió buenas viandas y le enseñó a tocar la flauta para que se entretuviera mientras cuidaba a las ovejas, le dijo que no tenía que ser tan aburrida su actividad.

A Luisito le gustó tocar la flauta, porque podía dar rienda suelta a su creatividad, empezó a practicar y practicar para poder tocar melodías distintas.

Luisito empezó a descuidar a sus ovejas, poniéndose a tocar la flauta bajo el árbol.

Poco a poco, sus ovejas empezaron a extrañar los buenos pastos y buscaban por su cuenta pastos verdes. Así, una ovejita se alejó del rebaño. Luisito no se percató por tratar de componer una melodía que resonaba en su cabeza.

Era el momento que Raterín esperaba. La ovejita se acercó a donde él se encontraba, la tomó en sus brazos tapándole la boca para que sus balidos no llegaran a oídos de Luisito.

La pobre oveja se vió de pronto en otro corral, Raterín le puso  su sello que era muy parecido al de Luisito. E inmediatamente le pasó la podadora de pasto.
La pobre oveja empezó a balar y balar dolorosamente, mientras su cuerpo se llenaba de heridas sangrantes. Mientras temblaba de frío. Era invierno y Luisito no acostumbraba trasquilarla en ése tiempo, pues temía que se enfermaran sus ovejas.

Mientras tanto, Luisito regresó a su hogar con sus ovejitas. Acostumbraba irlas contando al meterlas al corral. Además las conocía por su nombre y al llamar a "Blanquita" ninguna ovejita respondó. Comenzó a buscarla por todos lados y no la encontró.

Llegó a casa de Raterín y éste le dijo que podía buscar entre sus ovejas, seguro de que sólo vería su sello en todas, incluyendo en "Blanquita".

Luisito hizo la revisión y efectivamente, todas tenían el sello de Raterín. Luisito entonces dijo: "Blanquita" pequeña". Inmediatamente, una ovejita se retiró del rebaño y se acercó balando a Luisito, temblando de frío, pues era tiempo de invierno. Entonces él reconoció a su ovejita y ésta empezó a lamerle la mano como acostumbraba hacer.

Raterín se quedó sorprendido. Para él todas las ovejas eran iguales y no pensó que ésta reconocería a su pastor.

No tuvo nada que alegar. Luisito se llevó a su oveja, la curó con mucho cariño y la regresó al corral junto con las demás.

Sucede que Luisito acostumbraba llevar en sus manos un poco de azúcar y sus ovejas al terminar el día, se acercaban a lamer sus manos para comer del dulce.

"Blanquita" por supuesto, no volvió a alejarse nunca más. Y Luisito aprendió que no debía descuidarse ni por un momento. Siguió tocando su flauta, pero no mientras cuidaba las ovejas en el campo, sino en su casa al término de sus labores.

Moraleja: Cada actividad tiene su tiempo y requiere de toda nuestra atención, no sea que nos suceda lo que a Luisito y perdamos una oveja.



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