En una pequeña ranchería, de un humilde pueblo, dentro de un hermoso país, vivía una familia.
Eran alegres, sencillos, generosos entre ellos y con los demás.
Ella, Lupita, era una mujer bonita, con sus mejillas encendidas siempre, con el fuego que nace de estar en constante actividad. Atendía la casa, el hogar en donde cocinaba para su familia: atendía también la milpita que tenían y alimentaba a los animalitos que poseían. Era feliz viéndolos crecer fuertes y alegres.
El, Juan, era un hombre fuerte y trabajador, con sus manos callosas por el árduo trabajo del campo. Cada mañana, salía antes del sol hacia el campo, donde se reunía con sus compañeros. Trabajaban el campo, limpiándolo de maleza. A mediodía, sus mujeres o sus hijos les llevaban el almuerzo, que tomaban a la sombra de los árboles, compartiendo los alimentos y el contento.
Sus hijos asistían a la escuela del pueblo, lejando de su hogar. Eran llevados junto con los otros niños del rancho en la camioneta familiar.
Al regreso, comían los sabrosos guisados que su madre ponía en la mesa: sopa de verduras, guisados sencillos, frijoles y tortillas. Comían juntos.
Sus juegos tenían que ver con saltar entre las plantas, elegir flores para hacer aretes, correr y brincar.
Tenían sus labores en el hogar: ayudar a mamá a limpiar la casa y al cuidado de las plantas y animales domésticos.
La familia tenía un surtidor de agua, una pequeña presa donde el agua de lluvia era conservada. Esa presa servía también para nadar los domingos en un hermoso paseo familiar.
Un día, una familia llegó a visitarlos. Venían de una gran ciudad. Llegaron en un carro lujoso, con vestidos caros. Estaban encantados con el lugar, fascinados con las frutas y los árboles. Veían los pastizales donde pastaban vacas y ovejas con placer.
Lupita los invitó a comer, preparó sopes y quesadillas que era lo que a sus hijos gustaba. Con gran variedad; de flor de calabaza, de queso preparado en casa, de hongos cosechados en el campo, con rajas y papas.
Las puso en la mesa junto con un gran tarro de crema preparada por ella, un molcajete de salsa Sirvió platos de frijoles de olla. Y preparó agua de limón con chía.
Los sirvió en platos y jarros de barro hermosamente trabajados, los que reservaba para las grandes ocasiones. Deseaba agradar a sus invitados. Nunca había recibido a personas así.
La familia Smith, que ése era su apellido, miró con desdén las viandas y los platos en los cuales les fueron ofrecidas. Estaban escandalizados por lo que ellos consideraban una ofensa. Estaban acostumbrados a platos con orillas doradas y guisos elaborados. Estaban acostumbrados a sodas, dulces y pasteles.
Al término de la comida, los hijos invitaron a dar un paseo por el ranchito. Al llegar a la presa, la miraron desdeñosamente. "¡Qué desperdicio! Aquí se podría poner una piscina y disfrutar de ella. Realmente están atrasados" dijeron con altivez.
Lupita estaba avergonzada de haber ofendido tan gravemente a sus invitados.
Desde ése día, se propuso "modernizar" el rancho para poder recibir a sus invitados tan elegantes.
Insistió a su marido que hiciera una piscina donde nadar. Insistió tanto que no dejaba a su marido en paz.
Finalmente, él accedió a sus deseos y vió cómo los platanares y los papayos que crecían alrededor de la presa fueron cortados, para poner en su lugar piedras traídas de lugares lejanos. Su corazón se entristeció terriblemente.
Después, empezó Lupita a desear pasteless que sustituyeron la fruta que comían como postre. El agua fresca fué sustituida por sodas coloreadas y llenas de carbonato.
Lupita tenía una comadre que la visitaba. Era gente sencilla como ella, que disfrutaba junto a su familia de lo que ellos tenía. Y empezó a despreciar sus vestidos tan sencillos.
Empezó a comprar coloretes para sus mejillas, los cuales sustituyeron el rubor natural de su tez.
Su marido cada vez desconocía más a la muchachita sencilla y hermosa con la que se había casado.
Y su corazón se entristecía cada vez más.
Sus hijos, que antes disfrutaban de su compañía, empezaron a alejarse de él, Ya no disfrutaban a su lado de momentos familiares. Ahora, estaban empeñados en cambiar, en modernizarse, en vestir ropas lujosas. Dejaron de amar el campo del cual habían vivido y en el cual jugaban. Sustituyeron sus juegos por máquinas que los divirtieran.
Empezaron a despreciar sus sencillos consejos, por considerarlos retrógrados.
En las vacaciones, la familia Smith volvió a visitarlos. Estaban encantados con la nueva piscina, con los alimentos que les fueron servidos. Y empezaron a desear poseer ése lugar tan bello.
Lupita, decidió que sería muy bonito tenerlos cerca e insistió a su marido para venderles un pedacito del rancho para poder estar cerca de ellos.
Así, la familia Smith compró el terreno en donde estaba la piscina. La querían tan sólo para ir cada año de paseo. Pronto, empezaron a poner mallas alrededor de su propiedad. La familia de Juan se quedó sin su paseo dominical, sin su piscina.
Cada año, al llegar la familia Smith, lejos de buscar su compañia, se encerraba en su propiedad, disfrutando del paisaje, de la piscina, pero despreciando a la familia de Juan. Las sencillas fiestas de las que antes difrutaban, terminaron.
El corazón de su esposo no soportó más y dejó de funcionar. Murió.
Lupita, finalmente entendió la gran tontería que había cometido, pero ya era tarde. Estaba sóla con sus hijos.
Decidió entonces, retomar la vida que llevaban antes. Decidió que no dejaría que sus nietos cometieran los mismos errores que ella había cometido. Decidió buscar a sus antiguas amistades y pronto las quesadillas y sopes volvieron a ser parte de la comida habitual, las frutas volvieron a ser su postre favorito y el agua fresca de frutas, volvió a ser su bebida preferida.
Cada noche, oraba porque su marido descansara en paz y sus hijos empezaron a recordar todos los consejos que su padre les había dado.
Una nueva vida empezó para ellos. Una vida fincada en el ejemplo de un hombre tan amoroso y tan trabajador como su Juan.