La Prisa del burrito
¿Conoces a los burros? Son caprichosos. Robustos y resistentes se les puede cargar con bultos pesados. Pero a veces se obstinan. Entonces se vuelven sordos para todo: Tanto como para las súplicas como para los retos. Aunque trates de hacerlos avanzar: ellos arraigan sus patas y no se mueven ni un paso.
Si tratas de tirar de ellos como si trataras de empujarlos: ¡Nada que hacer! Entonces te desesperas, y de nuevo adorables, fieles y entregados. Toda testarudez ha desaparecido como por encanto.
El pequeño burro de María y José era como todos los burros: testarudo caprichoso y adorable.
El viaje a belén hubiera sido largo y difícil con un animal como éste, si no hubiese sido que de repente se volvió dulce y dócil.
Y esto fue así:
José había cargado el burrito. Había puesto todo lo que iba a necesitar durante el viaje. El pequeño asno se había quedado firme y tranquilo.
Parecía ser el más dulce, el más amable de los burros de Nazaret. José tomó la brida en su mano; era hora de irse.
En este momento el burrito se empecinó en sus patas y rechazó dar un paso. José le acarició, después le retó, pero en vano; el burrito no hacía el menor movimiento. María probó suerte. Rascó sus crines entre las orejas.
“Ven”, le decía, “vamos, ven, ya es hora, el camino es largo”. Pero nada que hacer, el burrito quedó inamovible.
Cuando la situación parecía desesperada, el ángel Gabriel intervino. Así como si nada se apreció ante el burrito y le dijo: “El viaje hasta Belén será penoso.
El trayecto será largo para tus patitas flacas. Es preferible que te quedes aquí, has tenido razón para estar testarudo. Yo voy a llamar algunos ángeles que te llevarán tu carga”. Después añadió: “¡Que pena que tu no estarás cerca del Niño Jesús cuando nazca!” ¡No escucharás cantar a los ángeles! ¡No comerás del heno del pesebre, el buen heno que servirá de colchón al Niño Jesús!”
¿El canto de los ángeles? ¿Acaso los ángeles cantan ya? Levantó su hocico al viento: sí, le parecía sentir el olor del heno. Entonces partió al trote encabezando al grupo.
Todo su empecinamiento se había olvidado. Ahora tenía prisa por llegar a Belén. Al atardecer hubiera preferido no descansar. Y por la mañana, antes de que l sol hubiera salido, él era siempre el primero que se despertaba. Decía: “¡hi-han!”, “¡hihan”!, que quería decir: “Levantarse ya es hora”. Salgamos hacia Belén, vamos a escuchar a los ángeles y a probar el buen heno”.
¡Ah, sí! Los asnos son capaces de muchas cosas, cuando los ángeles les hablan.
La tela de Araña
Una noche, María y José habían encontrado en una cueva refugio para dormir. Al entrar, una gran araña pasó delante de ellos. José quiso cazarla con su bastón.
María le dijo dulcemente:” Deja este animalito en paz, José. Lo que Dios ha creado no me va a dar miedo. Además la cueva es bastante grande para todos”.
Poco después se acostaron.
Esa noche el viento sopló violentamente: Quitaba el polvo de las estrellas: El cielo debía estar reluciente para el nacimiento del niño Jesús. En Navidad, los astros debían brillar como oro puro. Así el viento soplaba con todas sus fuerzas.
En la cueva, María estaba temblando de frío y no podía dormirse.
Estaba bien envuelta en su manto bordado de estrellas, pero el viento se filtraba por todas partes y el frío se dejaba sentir. José acostado a su lado dormía profundamente y no se daba cuenta de nada.
Pero alguien si percibió lo que allí pasaba: la araña.
Ella portaba a María en su pequeño corazón, por haber pronunciado palabras tan protectoras para ella. Así se puso a trabajar y tejió una tela maravillosa en la entrada de la cueva. Tal vez piensan, que una tela de araña no resiste el viento. Pues bien, esta sí, hacía el efecto de una gruesa cortina.
Era tan fina y tan sólida que el viento no se filtraba más al interior de la cueva. Y María se durmió enseguida.
Al despertarse vio la tela araña. “Gracias a ti yo he podido dormir”, le dijo.
“Eres buena, gracias”.
Parecía ser el más dulce, el más amable de los burros de Nazaret. José tomó la brida en su mano; era hora de irse.
En este momento el burrito se empecinó en sus patas y rechazó dar un paso. José le acarició, después le retó, pero en vano; el burrito no hacía el menor movimiento. María probó suerte. Rascó sus crines entre las orejas.
“Ven”, le decía, “vamos, ven, ya es hora, el camino es largo”. Pero nada que hacer, el burrito quedó inamovible.
Cuando la situación parecía desesperada, el ángel Gabriel intervino. Así como si nada se apreció ante el burrito y le dijo: “El viaje hasta Belén será penoso.
El trayecto será largo para tus patitas flacas. Es preferible que te quedes aquí, has tenido razón para estar testarudo. Yo voy a llamar algunos ángeles que te llevarán tu carga”. Después añadió: “¡Que pena que tu no estarás cerca del Niño Jesús cuando nazca!” ¡No escucharás cantar a los ángeles! ¡No comerás del heno del pesebre, el buen heno que servirá de colchón al Niño Jesús!”
¿El canto de los ángeles? ¿Acaso los ángeles cantan ya? Levantó su hocico al viento: sí, le parecía sentir el olor del heno. Entonces partió al trote encabezando al grupo.
Todo su empecinamiento se había olvidado. Ahora tenía prisa por llegar a Belén. Al atardecer hubiera preferido no descansar. Y por la mañana, antes de que l sol hubiera salido, él era siempre el primero que se despertaba. Decía: “¡hi-han!”, “¡hihan”!, que quería decir: “Levantarse ya es hora”. Salgamos hacia Belén, vamos a escuchar a los ángeles y a probar el buen heno”.
¡Ah, sí! Los asnos son capaces de muchas cosas, cuando los ángeles les hablan.
La tela de Araña
Una noche, María y José habían encontrado en una cueva refugio para dormir. Al entrar, una gran araña pasó delante de ellos. José quiso cazarla con su bastón.
María le dijo dulcemente:” Deja este animalito en paz, José. Lo que Dios ha creado no me va a dar miedo. Además la cueva es bastante grande para todos”.
Poco después se acostaron.
Esa noche el viento sopló violentamente: Quitaba el polvo de las estrellas: El cielo debía estar reluciente para el nacimiento del niño Jesús. En Navidad, los astros debían brillar como oro puro. Así el viento soplaba con todas sus fuerzas.
En la cueva, María estaba temblando de frío y no podía dormirse.
Estaba bien envuelta en su manto bordado de estrellas, pero el viento se filtraba por todas partes y el frío se dejaba sentir. José acostado a su lado dormía profundamente y no se daba cuenta de nada.
Pero alguien si percibió lo que allí pasaba: la araña.
Ella portaba a María en su pequeño corazón, por haber pronunciado palabras tan protectoras para ella. Así se puso a trabajar y tejió una tela maravillosa en la entrada de la cueva. Tal vez piensan, que una tela de araña no resiste el viento. Pues bien, esta sí, hacía el efecto de una gruesa cortina.
Era tan fina y tan sólida que el viento no se filtraba más al interior de la cueva. Y María se durmió enseguida.
Al despertarse vio la tela araña. “Gracias a ti yo he podido dormir”, le dijo.
“Eres buena, gracias”.
La araña escondida en una grieta de la roca estaba colmada de alegría.