Angeles blancos


El tercer ángel va completamente de blanco y luminoso desciende hacia la Tierra. Tiene en su mano derecha un rayo de sol que posee un poder maravilloso.

Va hacia todos las personas en cuyos corazones el ángel rojo ha encontrado amor verdadero y las toca con su rayo de luz. Entonces esta luz penetra en los corazones de esas personas, las ilumina y calienta desde su interior.

Y es como si el mismo sol alumbrara a través de sus ojos y descendiera por sus manos, pies y todo su cuerpo.

 Aun los más pobres, los más humildes de entre los hombres, son así transformados y comienzan a parecerse a los ángeles, si tienen un poco de amor puro en sus corazones.

Pero no todo el mundo ve a este ángel blanco, solo lo ven los ángeles y aquellos cuyos ojos han sido iluminados por su luz.

 Solo con esta luz, en Navidad, uno puede ver también al Niño recién nacido en el pesebre.



LA SOPA CALIENTE DE LA POBRE MUJER
Rebeca era la mujer más pobre de su pueblo. Poseía solamente la ropa que llevaba puesta y esa ya era poca, porque su blusa y su falda estaban rotas, y los zapatos y las medias llenos de agujeros.

Todos la conocían y Rebeca conocía a todo el mundo. Sabía en qué puerta debía tocar cuando sentía hambre, y donde podía encontrar un techo para protegerse al dormir, cuando el frío ya no le permitía pasar las noches bajo el cielo. Llevaba una vida muy humilde, pero ya se había acostumbrado y no conocía otra cosa.

 A un campesino que una vez le compadeció por su pobreza, le contestó: «Por lo menos desconozco uno de los infortunios de los que todos ustedes tienen que sufrir», y cuando el campesino la miró interrogante, continuó: «a todos ustedes yo les pido limosna, pero a mí nadie me pide nada». Y con una risa pícara cogió el pan que el campesino le había regalado, y siguió su camino.

Ahora bien, en aquel invierno del que estamos hablando, había mucha hambre y frío en toda la región, así que la gente casi no tenía lo suficiente para alimentarse ellos mismos, y con pocos deseos querían compartir algo con la mendiga. Tenía que tocar muchas puertas para juntar su pobre refrigerio. Un día, Rebeca había recibido un poco de sopa caliente que apenas llenaba la mitad de su jarro. Cuando se sentó a la orilla del camino para comer, de repente vio acercarse a un hombre y a una mujer con un burrito.

Vosotros ya habréis adivinado quiénes son: María y José en su camino a Belén. El hombre tenía una mirada ceñuda, y la pálida cara de la mujer estaba tan demacrada que hasta Rebeca sintió compasión.

«Oigan», los llamó «¿por qué están tan tristes y decaídos? ¿Qué es lo que les falta?» 

José la miró sin hablar nada, sopesando con la mirada el jarro. Pero María le contestó casi sin voz: «No tenemos qué comer y eso nos dificulta la caminata».
«Y por qué no se compran algo de comer? ¿O por qué no piden algo para comer?», continuó la mendiga.
  «Lo hemos intentado», confesó María apenada, «pero nadie nos quiso dar nada».
«Sí, sí», murmuró la mujer, «son malos tiempos y la gente no tiene ni para sí misma. Miren lo poco que me han regalado a mí».

Y les mostró el jarro con el poquito de sopa. Y de repente le vino una brillante idea, que nunca antes le había pasado por la mente: «Díganme, ¿traen un recipiente consigo?»

Desde luego María y José llevaban un jarro. 

«Vamos a compartir», decidió la mendiga, «mi sopa y la penuria de ustedes».

José sacó su jarro y la mujer le echó todo lo que pensaba que les era indispensable, y luego un poco más. Entonces su propio jarro quedó vacío, pero ella llegó a sujetarlo de tal manera que María y José no lo notaron.
Cuando Rebeca vio comer a las dos personas hambrientas, sintió una alegría como jamás había experimentado. Hasta su propio apetito se le olvidó por completo.

Sólo tardaron unos instantes en terminar la sopa, y ya María y José estaban en camino otra vez.

Por mucho tiempo Rebeca siguió con la mirada a los caminantes, que le habían mostrado una miseria que hasta ahora ni había conocido, y que la había llenado de tanta alegría. Cuando finalmente se agachó para levantar su jarro vacío, lo encontró lleno hasta el borde de una rica sopa caliente, que satisfizo de inmediato toda su hambre.

 Himno
Ya muy cercano, Emmanuel,
hoy te presiente Israel,
que en triste exilio vive ahora
y redención de ti implora.

Ven ya, del cielo resplandor,
Sabiduría del Señor,
pues con tu luz,
que el mundo ansía,
nos llegará nueva alegría.

Llegando estás, Dios y Señor,
del Sinaí legislador,
que la ley santa promulgaste
y tu poder allí mostraste.

Ven, Vara santo de Jesé
contigo el pueblo a lo que fue
volver espera, pues aún gime
bajo el cruel yugo que lo oprime.

Ven, Llave de David, que al fin
el cielo abriste al hombre ruin
que hoy puede andar libre su vía,
con la esperanza del gran día

Aurora tú eres que, al nacer,
nos trae nuevo amanecer
y, con tu luz, viva esperanza
el corazón del hombre alcanza.

Rey de la gloria, tu poder
al enemigo ha de vencer,
y, al ayudar nuestra flaqueza,
se manifiesta tu grandeza.
Amén.