En el camino que los llevaba a Belén, María y José atravesaron un bosque.
Los árboles se dirigían secos y delgados hacia el cielo. A la altura de los hombres, entre los troncos, abundan arbustos espinosos. Duros y nudosos, entremezclaban sus ramas que, en lugar de hojas, tenían enormes espinas agudas. Estas molestaban el paso de los viajeros y desgarraban sus vestidos.
¡El pobre burro!, no podía hacerse más delgado y no tenía ninguna posibilidad de evitar que las espinas que le arañaban la piel.
Finalmente se detuvo, rechazando dar un paso más. María y José le suplicaron, después se enojaron.
En vano; el burro, testarudo, quedaba en su sitio.
Lanzaba su “hi-han” despiadado cuando José le daba con su bastón para hacerle avanzar.
Entonces, José la emprendió con los arbustos espinosos.
¡Después de todo ellos eran los que hacían su marcha tan penosa! Pero María le puso su mano sobre el brazo y le dijo: “Querido José, no te enojes contra estos pobres arbustos. No tienen otra que llevar espinas sobre esta tierra tan árida. Si sólo tuviesen con que apaciguarse, estoy segura que nos acogerían con hermosísimas rosas a nosotros y a nuestros hijos.”
Dicho esto, levantó sus ojos al cielo y rogó:
“Dios Bienamado, que tu bondad nos llegue como rocío sobre estos pobres arbustos, para que puedan transformarse como lo desean”
Apenas María había terminado su oración, una dulce llovizna cayó del cielo. A medida que iban saciando su sed, los arbustos perdían sus espinas, dando lugar a soberbias rosas, cuyos colores brillaban en derredor y cuyo perfume llenaba el aire de gran alegría. Dieron gracias a Dios por este milagro y el burrito feliz aspiraba el aire embelezado; y lleno de coraje, emprendió su trote en dirección a Belén.
Simples Cebollitas
Un mercader volvía de viaje. Había visitado países lejanos y traía los brazos cargados de regalos. Habían objetos y tejidos raros, especias exóticas y joyas. Cada uno de los miembros de la familia recibió algo extraordinario. Pero a su mujer, el mercader le ofreció una simple bolsa de tela. “Cuídala bien”, le dijo. “Parece que la bolsa posee dones de profecía. Nos anunciará la venida del Rey de los Reyes”. La mujer quedó muy sorprendida. A veces llevaba la bolsita tosca a su oreja y la miraba por todas las costuras, pero no encontraba nada de particular.
Un día, el mercader se ausentó por un nuevo viaje. Su mujer tomó la bolsita y se internó furtivamente en el bosque. Cuando se sintió escondida de todas las miradas, abrió la bolsa.
¿Saben que encontró allí? ¡Cebollas!, simples cebollitas. “¿Este era todo su secreto?, gritó decepcionada. Esparció las cebollitas sobre el campo y se volvió a su casa.
Las cebollitas quedaron olvidadas en el camino en el medio del bosque. Expuestas al viento y a la intemperie, fueron pronto cubiertas de polvo y tierra. Ocurrió que en el camino que conducía a María y José a Belén atravesaba justamente este bosque. Y lo que el mercader había predicho ocurrió.
Las cebollitas se abrieron bajo el paso de María y de ellas salieron pequeñas flores blancas y plateadas que iluminaban el suelo como si hubiera sido sembrado de estrellas.
Hoy todavía florecen estas pequeñas flores y anuncian la venida del Rey de los Reyes.
Florecen en algunos países en Navidad y se les llama” Rosas de Navidad”
Cuentos para Cuento George Dreissig