El otoño había pasado y el crudo
invierno había empezado. Los arbustos y árboles se habían quedado desnudos, sin frutas ni hojas, y anhelaban el despertar primaveral con el renacimiento de la luz, el esplendor de las flores y el zumbido de las abejas.
También el ciruelo silvestre había perdido sus hojas, pero sus frutillas todavía se encontraban en las ramas secas: nadie las quería. Cuando las mujeres venían a recolectar moras en Otoñó, sólo echaban una mirada de lado al ciruelo y seguían su camino.
También el ciruelo silvestre había perdido sus hojas, pero sus frutillas todavía se encontraban en las ramas secas: nadie las quería. Cuando las mujeres venían a recolectar moras en Otoñó, sólo echaban una mirada de lado al ciruelo y seguían su camino.
“Miren ese arbusto áspero y espinoso”-decían- “Cómo protege sus frutas que a nadie le gustan. ¡Qué se puede hacer con ellas, si son amargas y no saben bien?
Así estaban las ciruelitas, moradas entre las espinas, incluso cuando la primera helada había pasado sobre ellas.
¡Cómo le hubiera gustado al árbol brindar su fruta como lo hace la frambuesa, que a todo el mundo le encanta! Por ello hubiera renunciado a todas sus bellas flores blancas. Pero por más que lo deseaba no servía, era un ciruelo silvestre que no daba ciruelas dulces.
Un día María y José en su camino hacia belén pasaron por un bosque, estaban cansados y hambrientos. Por casualidad su mirada cayó sobre las frutillas moradas en el arbusto espinoso.
-“Déjalas, no se pueden comer”, contestó José, “mira, nadie las ha querido cortar.”
Pero María no le hizo caso. “¿Cómo quieres que tengan buen sabor si tienen que aguantar tanto tiempo aquí en el frío? Nosotros también nos volveríamos amargos en su lugar. Probemos si sabe más ricas llevándolas al calor.”
Por la noche les dieron posada unos amables campesinos. Se asombraron bastante al ver las frutas que María traía consigo. “¿Lograron arrancárselas al ciruelo silvestre? ¿Es cierto que se dejó cosechar voluntariamente
-“Sí, sin ningún problema”, contestó María, “no es tan agresivo como aparenta”.
Entonces pidió a los campesinos agua caliente y metió las frutillas en ella para que se les quitara todo el frío.
¡Cómo le hubiera gustado al árbol brindar su fruta como lo hace la frambuesa, que a todo el mundo le encanta! Por ello hubiera renunciado a todas sus bellas flores blancas. Pero por más que lo deseaba no servía, era un ciruelo silvestre que no daba ciruelas dulces.
Un día María y José en su camino hacia belén pasaron por un bosque, estaban cansados y hambrientos. Por casualidad su mirada cayó sobre las frutillas moradas en el arbusto espinoso.
“Mira José”, exclamó María con alegría, “el buen arbusto ha guardado sus frutas para nosotros”. Y sin lastimarse con las espinas, la Virgen empezó a recolectar las ciruelas.
-“Déjalas, no se pueden comer”, contestó José, “mira, nadie las ha querido cortar.”
Pero María no le hizo caso. “¿Cómo quieres que tengan buen sabor si tienen que aguantar tanto tiempo aquí en el frío? Nosotros también nos volveríamos amargos en su lugar. Probemos si sabe más ricas llevándolas al calor.”
Por la noche les dieron posada unos amables campesinos. Se asombraron bastante al ver las frutas que María traía consigo. “¿Lograron arrancárselas al ciruelo silvestre? ¿Es cierto que se dejó cosechar voluntariamente
-“Sí, sin ningún problema”, contestó María, “no es tan agresivo como aparenta”.
Entonces pidió a los campesinos agua caliente y metió las frutillas en ella para que se les quitara todo el frío.
Al otro día les dio a José y a los campesinos un jugo rojo y brillante, que les gustó tanto, que pidieron más de él.
“¡Qué bien me cae!”, exclamó José´, “me quita el frío del cuerpo y ya no me siento tan entumecido, María, ¿qué bebida es ésta? ¿qué es lo que has descubierto?
“Nada nuevo he inventado. Nos lo ha dado el ciruelo, nos ha regalado esta buena bebida para que ahora podamos resistir mejor el frío invernal.”
Desde entonces la gente mira al ciruelo con más amabilidad y sabe apreciar su fruta, que apenas madura con la primera helada.
Desde entonces la gente mira al ciruelo con más amabilidad y sabe apreciar su fruta, que apenas madura con la primera helada.
Y el ciruelo ahora se siente orgulloso de ser ciruelo en vez de frambuesa, porque fue capaz de conservar su fruta para María y José en su camino
Cuentos para Cuento George Dreissig
Cuentos para Cuento George Dreissig