Descubriendo misterios


Los Pinos

Cuando Dios creó a los árboles los proveyó de raíces y ramas.
Las unas se afirmaban a la tierra, las otras se elevaban hacia el cielo, pues ellos habían venido de allá y no debían olvidarse jamás de su verdadera patria. Desde entonces, los árboles tienden sus ramas hacia lo alto como una plegaria silenciosa y perpetua, recordando a su Creador.

El pino, hace mucho tiempo, hacía lo mismo y, dirigiendo hacia arriba sus largas y anchas ramas dominaba incluso a los otros árboles. Pero esto es diferente hoy en día; ¿saben por qué?

Ocurrió así:
Una noche, María la dulce madre de Jesús y José, su marido, se encontraban en un gran bosque de pinos.
Estaban lejos de toda casa y no habían encontrado albergue esa noche. Entonces se acostaron al pie de un árbol para tratar de dormir.

Pero se levantó un viento fresco que se hacía cada vez más fuerte. Incluso acercándose mucho al tronco de los árboles elevados, no se estaba protegido.
Entonces María, en su angustia, se puso a acariciar el tronco del árbol que le protegía y dijo: “Perdóname que interrumpa la plegaria que diriges a nuestro padre. Pero mira: Dios mismo se ha inclinado hacia la tierra. Yo llevo a su hijo bajo mi corazón.
Y tiene necesidad de tu ayuda”
. Con las palabras de María, un estremecimiento recorrió todo el árbol.

Lentamente, muy lentamente, fue volviendo sus ramas hacia el suelo, de forma que pareciese un enorme techo.

El pino había perdido sus agujillas siempre una vez al año, pero aquí comenzaron a crecer. Así, las ramas del pino sirvieron de abrigo a María y José durante la noche. Y desde ese día, el pino nunca pierde sus agujillas.

El Misterio de las Rosas

 ¡Con que alegría había visto María florecer las rosas sobre el seto espinoso del bosque! Había juntado un ramillete que llevaba en su brazo bajo su manto para que estuviesen protegidas. Y las rosas permanecían frescas y guardaban su silencioso perfume para María.

Cuando María y José se encontraban cerca de Jerusalén, encontraron en el camino a dos soldados romanos que marchaban a paso firme como grandes señores y gritaban: ¿Paso a la armada romana!

Uno de ellos golpeó el lomo del burrito. El pobre animal, asustado se echo al un lado, aunque el camino era bien ancho. Uno de ellos se dirigió a maría con un tono burlón: “¿Hermosa, que escondes ahí? Déjame ver un poco”. Y metió la mano bajo el manto de María, pero la retiró de golpe gritando.

Se había herido los dedos con las espinas. ¿Qué escondes ahí pues? Gruñó blanco de rabia.

María abrió su manto y apareció un ramo de espinas. Pensaba en el día que había florecido. ¿No le había enviado Dios un aliento benefactor para permitirles expandirse? ¿Qué les había sucedido ahora?

María estaba apenada y José sentía su tristeza. Le puso la mano dulcemente en su hombro y le dijo para consolarla: “No te apenes María, han florecido durante mucho tiempo para ti. Ahora que solo quedan espinas tíralas”.

Pero María sacudió la cabeza y respondió” Ahora conozco el secreto de las rosas, ¿Cómo voy a poder separarme de ellas?

Y con cuidado recubrió con su manto el ramo, que no tenía necesidad de ser protegido.
Las palabras del soldado resonaban todavía en su corazón:”

La gente podía pensar lo que quisiese. Estas espinas María las había visto florecer, ¿Por qué las iba a despreciar ahora? Un dulce perfume de rosas subió hasta María.

Echó una mirada prudente bajo su manto: ¡Que esplendor! Las ramas estaban de nuevo cubiertas de flores. En el establo de Belén, cuando el niño Jesús vino al mundo, los capullitos florecían aún.