Clemente en la playa

Clemente era un hermoso niño, vivía en una hermosa casa, en un hermoso lugar rodeado de hermosas casas y un hermoso jardín.

Era todo tan hermoso que Clemente pensaba que así era todo en el mundo. Era feliz, amaba su entorno, a sus padres, primos y abuelos.
Pensaba que nadie en la vida era tan dichoso como él.

Un día, una gran catástrofe deshizo su mundo hermoso. Sus padres anunciaron que iban a mudarse a un lugar muy bello, más bello que en el que vivían. Clemente no podía creer que éso fuera posible

Llegó el momento de empacar cosas, tuvo que decidir lo que podía llevarse y lo que no. "Es tan poco lo que puedo llevarme", suspiraba. Sólo unos cuantos juguetes y tal vez una poca de ropa.

Llegaron a un lugar lleno de palmeras, sol y arena. Las palmeras no eran tan frondosas como los árboles de su jardín, el sol le quemaba la piel y la arena se metía en todos lados. "Y ése era el idílico lugar al que lo habían llevado?" se quejaba amargamente.

Clemente empezó a pensar que sus padres eran tan injustos y tontos, mira que preferir ése lugar tan incómodo y dejar el otro tan bello y en donde todo era fácil.

Clemente se encerró en su cuarto malhumorado, pensando lo desgraciado que era. A lo lejos llegaba a sus oídos el sonido del mar, más cerca, el sonido de risas infantiles de niños que jugaban y corrían sin preocuparse del sol ni de la arena. Le recordaba los muchos momentos en que él mismo corría y jugaba entre los árboles de su jardín. Empezó a animarse. Salió dispuesto a resistir el sol y la arena con tal de jugar con los niños que se veían tan felices.

Y entonces vino un dolor más grande que cualquiera que hubiera vivido hasta entonces. Los niños lo ignoraron, otros lo golpearon y unos más lo insultaron.

Clemente no entendía lo que sucedía. Había llegado el momento de descubrir que en el mundo no sólo existe gente amorosa y amigable, sino también gente a la cual no le somos agradables.

Y decidió que nunca más lo herirían, que no permitiría lo volvieran a lastimar.

Clemente no había escuchado lo que un escriba le preguntó a Jesús acerca de cuál es el mandamiento más importante. Jesús le respondió que amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a sí mismo, ni lo que dice el libro del Deuteronomio acerca de guardar todos los mandatos de Dios y así poder disfrutar del "país que mana leche y miel" .

Sucede que Clemente al salir a jugar, sacó sus hermosos patines que había traído del lugar donde antes vivían y quiso empezar a ordenar a los chiquillos del lugar lo que debían hacer para ganarse el derecho de usar sus patines. Los muchachitos nunca habían visto unos patines iguales, a duras penas tenían una pelota que compartían entre todos.

Al principio, los muchachitos le hicieron caso y cada día, Clemente sacaba un juguete distinto sorprendiéndolos, pues nunca habían tenido juguetes iguales. Pero también cada día, Clemente aumentaba sus exigencias para que pudieran utilizarlos: que si no se lavaban bien las manos, no podían tocarlos, no fueran a llenarlos de mugre; que si debían formarse para esperar su turno; que si debían cambiarse de ropa para poder ser sus amigos.

Pronto, las madres de los muchachillos empezaron a notar que sus hijos les exigian juguetes caros, les exigían ropas que no podían costear y éso las entristecía.

Pronto, también, las risas que llenaban el lugar dejaron de escucharse para ser sustituidas por la voz de Clemente dando órdenes y gritos si no era obedecido.

Finalmente, uno de los muchachitos cansado de tanta tristeza, sacó el viejo y abollado balón, lo puso en la arena y todos se animaron de nuevo y comenzaron a jugar, volvieron a reir ante la alegría de sus madres.

Sólo Clemente estaba enojado y cuando el balón llegó a sus pies, lo tomó y con una navaja lo cortó en pedacitros. Los chiquillos le pegaron, lo insultaron.
Clemente corrió a su casa y prometió no volver a juntarse con chamacos tan desagradecidos..."todavía que los quiero educar y volver tan hermosos como yo" pensaba Clemente, sin darse cuenta que la riqueza no se lleva en la ropa ni en los juguetes caros, sino en el corazón.