Entre perros y ovejas


“El perro del pastor” 

En su camino a Belén sucedió que María y José habían buscado posada inútilmente y ya se preparaban para pasar la noche bajo el cielo, cuando José en las tinieblas de repente entrevió en la lejanía una pequeña choza oscura. Al acercarse se dio cuenta de que no era una morada humana, sino un corral de ovejas. Sin embargo, por lo menos ya contaban con un techo y un poco de calor.

¡Mas no habían contado con Fino! Fino era el perro vigilante. Junto con el pastor, durante el día llevaba el rebaño hacia los pastos, mientras que de noche lo cuidaba contra ladrones y animales feroces. Al husmear que alguien se acercaba, se levantó sacudiendo la cadena a la cual estaba atado, luego saltó hacia los viajeros y dejó oír su tenaz “guau, guau”, lo que significaba:
-“Atención, estoy aquí vigilando que no se me acerquen demasiado.”

Al oír los ladridos furiosos del perro, José se encogió de hombros y se giró para salir.
“Qué le vamos hacer”, le dijo a María, “con este vigilante es más difícil discutir que con la gente de mal corazón.”

También María había detenido sus pasos, y se podía escuchar en los ladridos de Fino, que estaba muy satisfecho consigo mismo y de haber impedido la entrada a la pareja. Pero entonces María tomó la palabra:
 -“Ay, José, hagamos el intento de entrar. Las noches son tan frías, y sin un techo no podremos dormir”, y tranquilamente se acercó al corral.

En ese momento Fino, enfurecido, ladró ferozmente y tiró de su cadena para saltar hacia María. Sin embargo, antes de que José hubiera podido intervenir con su bastón, sucedió algo inesperado: como reaccionando a una orden inaudita, Fino dejó de ladrar repentinamente, se quedó parado y miró a María, la cual se le acercó, y al instante empezó a menear la cola alegremente. 

Brincando como una cabrita, saludó a María y se acostó de espaldas a sus pies. María se inclinó para acariciarle la barriga. Sin embargo, cuando se acercó José, nuevamente se oyeron los gruñidos del perro, mas con las buenas palabras de la Virgen, rápidamente se tranquilizó
-“Mira con qué fuerza ha arrancado su cadena lastimándose el cuello.” Entonces suavemente María pasó sus manos sobre las heridas y Fino ni siquiera se movió cuando lo tocó.

Más tarde también al perro le hubiese gustado entrar al corral, para poder estar muy cerca de María, sin embargo, no podía. Por eso se acostó frente a la entrada y su pequeño corazón latía alegremente al saber que podía cuidar esta noche, además de sus ovejas, también a María.

Temprano al día siguiente, llegó el pastor para sacar el rebaño y se le apareció una increíble imagen; se abrió la puerta del corral del que salieron un hombre y una mujer, seguidos por un burrito. Y Fino, su feroz vigilante, los saludó meneando la cola y le lamió la mano a la mujer, mientras las ovejas dentro del corral balaban, como cuando se les acerca alguien conocido. 

El pastor permaneció durante un tiempo como en un sueño y sólo volvió a la realidad cuando María y José hacía mucho que se habían ido.

-¡“Hey, Fino"! ¿Quiénes fueron tus huéspedes?, preguntó al perro. 
¡Oh!, ¡si hubiera podido comprender el idioma de los perros! Seguramente Fino le hubiera contado quiénes fueron los que habían pasado la noche en el corral, y quién le había curado el cuello de sus heridas durante la noche. ¡Ésta sí que sería una gran sorpresa!


“La oveja que no quiso dejarse esquilar”

Blanca era la oveja más bella de todo el rebaño, su lana realmente brillaba más que la de sus compañeras. Sin embargo, eso era lo único por lo que llamaba la atención. En las mañanas, obedientemente salía con las demás a pastar, y al ponerse el sol era la primera de entrar en el corral.

Mas cuando en primavera llegó la época de esquilar, se acabó la obediencia.
Mientras sus compañeras se dejaban pelar sin problema, Blanca siempre se escapaba con grandes brincos, cuando alguien trataba de esquilarla; de ninguna manera quería entregar su lana blanca. Finalmente, el pastor se cansó de corretear tras la pequeña oveja y decidió:
-“Pues que Blanca se quede con su caliente lana de invierno. Con tanta lana gruesa en verano sentirá el calor.

Por cierto, cuando las demás ovejas esquiladas salían a los campos y su lana, ya amarrada en grandes bultos, era vendida en los mercados, blanca seguía cargando su abrigo. No fue nada fácil para ella sobrevivir cuando llegó el verano. Muchas veces sintió el calor, y buscaba un lugar sombreado para refrescarse. El pastor hubiera querido ayudarla, liberándola de su lana. Ni de esta manera Blanca permitió que se le acercara con las tijeras. ¿Para quién quería guardar su lana?

Llegó el invierno, el mismo en que María y José pernoctaron en el corral. Al día siguiente Blanca había cambiado completamente de actitud: se acercó al pastor y con toda clase de señas trató de darle a entender que ahora urgentemente quería ser esquilada.
-“No se puede”, contestó el pastor cuando finalmente comprendió lo que la oveja quería.
-“Ahora en invierno, con este frío necesitas tu lana.” 

Pero Blanca no dejó de molestar e insistir, y cuando vio que no le hacían caso, se puso muy triste y dejó de comer. Ya no volvió a tocar el pasto por más que se lo rogaban

-“Bueno, entonces se hará tu voluntad”, suspiró pastor, y cogió sus tijeras para cortarle la lana. Blanca quedó muy quieta, mansa, hasta que el último rizo había sido cortado. Para que la ovejita no sintiera demasiado frío, el pastor le buscó una vieja chaqueta y se la puso. En cambio, la lana cortada quedó empacada en un bulto y la guardó para el siguiente día de mercado que todavía estaba lejos.

Sin embargo, al llegar dicha temporada de ventas, el mismo pastor ya había obsequiado la lana al niño Jesús que había nacido en el establo de Belén. Y por fin comprendió para quien Blanca había conservado su lana

Cuentos para Adviento George Dreissig