Esta historia sucedió hace mucho, mucho, mucho tiempo. En los tiempos en que la tierra temblaba, en que los volcanes erupcionaban, en que los mares se encrespaban. Los hombres vivían llenos de miedo.
Xóhitl, una hermosa joven indígena, vivía en un pueblo formado por chozas enmedio de un lago.
Cada día al amanecer admiraba lo hermoso y lo tranquilo que era.
A lo lejos, divisaba dos montes, uno con forma de mujer y el otro con forma de cono. Su abuela le había contado que eran unos antiguos amantes que se convirtieron en montes. Ella había muerto de inanición al dejar de comer porque la tristeza se lo impedía. Su hijo había sido asesinado, al estar lejos su amado. Así la encontró el muchacho, quien no había muerto como un insidioso había esparcido el rumor de la muerte de su esposo. Todo había sido resultado de la maldad de ése hombre, enojado porque ella había preferido a otro.
El corazón de Popocatépetl se endureció como piedra y emanaba frío, tanto que congeló a su amada para conservarla tan bella como la recordaba. Así según su abuela había nacido la nieve, antes su pueblo no la conocía.
-Y qué sucedió con el insidioso?-preguntó Xochitl.
-Fué convertido en piedra por el calor nacido del corazón de Popocatéptl. Se llamaba Citlaltépetl quien al enterarse de que llegaba el gran guerrero, huyó atemorizado, pero fué alcanzado por ése gran calor de la furia de Popocatépetl a quien envidiaba.
-La furia de Popocatépetl era tanta, porque además de la muerte de su amada, su hijo Xinantécatl también fué muerto. Citlaltépetl también mandó matar al niño. Así la población conoció el fuego que funde la roca.
Desde entonces, la gente hace sacrificios a ése gran monte. Para evitar hiele todo o queme todo. La gente construye grandes edificios con la forma de ése monte para que pueda ver todo lo que hacen para evitar su furia.
Xóchitl, que era tan jovencita pensó que ése Popocatépetl era un malvado. Porque la gente no tenía culpa del mal que alguien le hubiera hecho.
Veía que cada vez más, el pueblo llevaba a la gran pirámide a jovencitas y jovencitos a quienes se les sacaba el corazón para ofrecerselos calientes a Popocatépetl para de ésa manera calentar su duro corazón.
Ese año en particular, parecía que Popocatépetl era sordo y ciego a los ruegos y sacrificios.
Xóchitl pronto sería llevada a la Gran pirámide junto con otros jovencitos a ser sacrificada a la gran montaña. Le parecía tan injusto. Era joven, amaba a un muchacho, deseaba formar una familia.
-Qué puedo hacer?- preguntó a su abuela.
-No hay nada que hacer-le dijo tristemente su abuela- Es la única forma en que se apacigua su endurecido corazón.
Entonces Xochitl pensó que debía encontrar la manera de que terminaran tantas penurias para su pueblo, para que los jovenes pudieran hacer su vida y no vivieran con la sosobra de ser los próximos.
Un día, llevada por un impulso se dirigió valientemente a la cima de la gran montaña. Al principio no era tan difícil la subida, era hasta bello. Laderas verdes, ríos cantarines se sucedían en su camino. Pero a medida que subía, la montaña parecía querer destruirla. A su paso, se abrían desfiladeros en que fácilmente podría caer, caían bolas de nieve queriendo impedir su ascenso. Su respiración se hacía cada vez más difícil, sentía mareos y a cada paso pensaba que era el último.
Pero un calor dentro le decía que debía seguir. Finalmente, después de varios días y muchas penurias, llegó a la cima. Encontró un gran agujero. Era el lugar en donde debía estar el corazón de Popocatépetl.
-Con cuántos corazones se llenaría ése gran agujero?-se preguntó.
Seguramente ni con todos los de su pueblo, ni con todos los de los pueblos vecinos se podría llenar.
Qué tontas son las personas de mi pueblo-se dijo entonces. Tal vez ninguno se ha atrevido a venir hasta acá y ni siquiera han visto lo inútil de sus esfuerzos.
Así que nacido de su corazón, surgió un grito: -No te tengo miedo. No voy a ser una más que se ofrezca inutilmente a tí. Porque mi pueblo cree que tienes un corazón endurecido, yo he visto que no existe tal corazón.
El mío late, el tuyo no existe.
Se volvió y empezó el descenso, que fué mucho más fácil porque tenía una gran noticia que decir a todos.
-Han estado equivocados- gritó al entrar al pueblo.
-Vengan todos!!! Subamos a la gran montaña para que vean lo inútil que son los sacrificios que hacen. "No tiene corazón... no tiene corazón" gritaba.
La gente creyó que había enloquecido al escucharla gritar, pero su abuela pensó que alguna razón tendría para decir lo que decía. No era una jovencita que inventara historias y menos una como ésa.
Como ella era respetada y escuchada, convenció a algunos para que subieran a comprobar lo que su nieta decía. Xóchitl quedó presa mientras tanto, pues había quien deseaba matarla en ése mismo momento.
Así pues, con mucho miedo subieron algunos con muchos pesares y muchos esfuerzos.
Los días pasaban y la gente se llenaba más de temor. Seguramente Popocatépetl los había convertido en nieve o en piedra... o peor... se los había comido..
Nunca había estado el pueblo tan silencioso, ni tan atemorizado.
Y se llenaron más de temor al ver humeando la punta de la gran montaña. Tendrían que aumentar los corazones... tendrían que empezar guerras para conseguir más corazones... tendrían...
Empezaron a prepararse para la guerra. El pueblo sería elegido al azar, pues a todos estimaban y todos eran vecinos y se amaban.
En ésas estaban, cuando apareció uno de los viajeros. Venía muy quitado de la pena, muy bien comido y contento.
-Suspendan todo- les dijo. Xóchitl decía la verdad. Popocatépetl no tiene corazón, porque nunca lo tuvoDesde entonces, se suspendieron los sacrificios, se dejó de temer a Popocatépetl. Nadie se explicaba porqué llovía a cantaros a veces, porqué explotaban a veces las montañas, ni porqué el sol quemaba a veces, pero sabían que no era por lo que ellos pensaban.
Nuestros ancestros inventaron ésa historia pues tenían miedo y sólo así se podían explicar todo lo que sucede.
Sin embargo, hay algo de verdad. Es cierto que Popocatépetl, Ixtaccihuatl, Citlaltépetl y Xinantécatl existieron. Es cierto que Popo e Ixtla se amaban y que nació un hijo de ellos. También es cierto que Citlaltépetl huyó. Pero ni se convirtieron en montes, ni mucho menos.
Encontramos unos descendientes de Xinantécatl que viven al otro lado de la gran montaña. Ellos nos contaron la verdad.
Ixtaccihuatl si murió y Popocatépetl si persiguió a Citaltépetl, quien murió al caer en un despeñadero. Pero Xinantécatl no fué muerto. Nadie se atrevió a hacerlo, pues conocían la furia de Popo. Lo escondieron en un monte, cuidado por unos pobladores fieles.
Ahí lo encontró Popo y al ver a su hijo, su corazón se llenó de alegría. No quiso regresar, pues estaba harto de las guerras y ya no había nada por lo que regresar. Ahí murieron él y su hijo, después de haber fundado un pueblo escondido a todos, donde no pudiera llegar el odio, el rencor, las guerras. Así ha estado hasta entonces.
Ellos al estar tan alejados ni siquiera estaban enterados de todo lo que se dice, ni de todo lo que se hace.
Así que como ven, no hay razón de sacrificios. Son inútiles. Debe ser otra la razón de tanta calamidad.
Dejaron de hacer guerras para buscar corazones.
Después de un tiempo, Xóchitl, que había sido liberada y que vivía de nuevo con su abuela, se dió cuenta de algo:
hacía mucho tiempo que no temblaba, que la lluvia no dañaba y que el sol no quemaba las cosechas.
Tampoco se explicaba el porqué, pero disfrutaba del nuevo tiempo en que su pueblo y los pueblos vecinos, vivían sin miedo, sin guerras.
Sonrió mirando las blancas montañas, mientras acariciaba la cabecita de su hijo, nacido del amor entre ella y Mexitli, su amado esposo quien en ése momento, trabajaba en un lugar lejano.