Había una vez un hermoso bosque. Lleno de altos árboles, en los cuales se columpiaban unos simpáticos changos. Iban de una liana a la otra, jugueteando entre ellos, lanzándose cocos.
En la parte baja, unas curiosas ardillas corrían de un lado a otro, buscando bayas que guardar en el hueco de un tronco.
También vivían ahí arañas, serpientes. Cada uno entretenido en obtener el sustento diario.
Un pequeño cachorro de león se encontraba perdido en ése bosque. Había llegado en un circo que pasó. Sin darse cuenta, la reja se abrió y el pequeño cayó. Lloró y lloró, pero nadie lo escuchó.
Buscó a su madre y no la encontró. Iba en otra jaula. Corrió a esconderse tras un árbol tratando de encontrar refugio.
Se encontraba atemorizado y hambriento.
Permaneció ahí dos días. Finalmente, el hambre lo hizo salir de su escondite. Cauteloso, con la cola entre las patas, se alejó del árbol para buscar comida.
Vió a lo lejos algo que le pareció agradable y corrió a alcanzarlo. Pero, no se dió cuenta que otros ojos habían visto lo mismo que él.
Cuando llegó a lo que era un sabroso conejo, otro cachorro brincó y se lo arrebató con sus garras. Al fin y al cabo, siendo cachorro de león rugió como hacía en el circo, esperando que todos aplaudieran.
Sin embargo, el aplauso no llegó. Decidió entonces recobrar su conejo y como era muy fuerte, lo logró. El otro cachorro huyó.
Nuestro amiguito quedó muy contento comiendo, cuando se acercó un gran león. Era el padre del cachorro ladrón. Abusando de su fuerza, le arrebató el conejo y le dió un garrazo que lo dejó herido.
Sus aullidos de dolor se escuchaban en todo el bosque, pero nadie respondía a ellos. Lamiéndose la herida, volvió a su escondite, sin encontrar auxilio.
Su herida curó pronto, pero nuestro pequeño no se sentía con fuerzas para intentar de nuevo la aventura de salir a buscar alimento.
Permanecía escondido, hambriento y casi desfallece.
Por suerte, se acercó un animal que al verlo herido y asustado, lo acarició y compartió con él un pedazo de cebra que llevaba para el almuerzo.
Fué el primer amigo que encontró en ése lugar.
Al verlo sólo, lo invitó a que continuara su camino con él. Lo llevó al lado de su manada, la cual lo recibió con muestras de afecto.
Lo recibieron como uno más de ellos.
Esa manada era de unos amigables gacelas. El pequeño león pronto se hizo su amigo, se sentía de la familia. Aprendió a mugir como hacen las gacelas, a comer hierba como hacen las gacelass. Era feliz.
Poco a poco fué olvidando a su madre, al circo y a todos los animales que ahí vivían.
Los juegos de su nueva familia le eran muy agradables. Era un poco tosco para su gusto, pero lo soportaban porque era muy agradable.
A veces, solía lastimarlos con sus garras de león. Aprendió a guardarlas para no lastimarlos.
Si alguien le hubiera dicho que las gacelas y los leones no se llevan, que son enemigos naturales, no lo hubiera creído.
Para él, eran unos animales muy agradables y hermosos. Pronto, el amor surgió.
Una hermosa gacela de grandes ojos y sonrisa bella, hizo que su corazón latiera. Les gustaba jugar, correr. Ella le ganaba porque era más rápida, pero era divertido estar a su lado.
Pero un cazador un día atrapó a la hermosa gacela, llevándosela en un camión. El pequeño león corrió y corrió, tratando de alcanzarla, pero no lo logró.
Corrió tanto, que se alejó mucho de la manada y no pudiendo encontrar el camino de regreso, se encontró de nuevo sólo.
Por su carácter tan abierto, se hacía amigo de muchos animales distintos. Algunos tenían miedo al ver que era un león, pero se sorprendían porque parecía no darse cuenta de ello. No actuaba como los leones, tratando de comérselos. Al contrario, era amable y dócil como una gacela.
Un día, el bosque empezó a arder. El león (porque a éstas alturas, era ya un joven) se sorprendió al ver las inmensas llamas. El conocía las llamas, las había visto en el circo, no les tenía miedo.
Pero éstas llamas no eran igual. Eran muy altas y pronto se vió rodeado por ellas. Intentó saltar como había visto a sus congéneres hacerlo. Y sólo logró quemarse.
Comenzó a mugir como las gacelas, sollozando de dolor. Pero el ardor en la piel era tan intenso, que un gran rugido salió de sus fauces, sorprendiéndolo.
Pensó que un león como el abusivo que le había quitado su conejo, estaba cerca. No se daba cuenta que había sido él quien había rugido tan fuerte.
Finalmente, el fuego cedió al no encontrar más qué quemar.
Ufff... nuestro amigo se había salvado, gracias a que había encontrado un agujero en el suelo, en donde el fuego no pudo entrar.
Cuando pudo salir de su escondite, empezó a caminar buscando a algún animal con el cual acompañarse.
Llegó a un gran lago y se acercó a ver. Un gran león lo veía de frente. Se puso a la defensiva, creyendo que intentaría lastimarlo.
Pero el león no se movía.
El movió su larga cabellera y el león también lo hizo.
Movió una pata y el león también lo hizo.
No parecía ser muy temible éste león. Asi que trató de tocarlo y unas ondas en el agua lo hicieron desaparecer.
Pronto se dió cuenta que el león del agua, era él mismo. Entonces empezó a recordar a su madre, a sus amigos del circo.
Supo entonces que era un león y que el rugido que escuchó cuando el fuego, procedía de él.
Se sintó muy tranquilo. Hasta ése momento, su mayor miedo era a los leones jajaja. Supo entonces que era fuerte y que los animales lo respetaban como respetaban a todos los leones.
Se había encontrado a sí mismo. Y nunca más volvió a perderse.