Por Laura Aguilar Ramírez
En una triste calle de una gran ciudad se encontró un día un chico, una hermosa flor.
Era una flor tan bella que deseó cuidar de ella. La llevó a su casa, buscó una maceta que hiciera juego con su belleza. Buscó ésa maceta en grandes florerías y no encontró una que le pareciera digna. Finalmente, halló una tirada en un basurero de una gran casa. Sucia y llena de tierra reseca y hojas podridas. Sólo tuvo que lavarla y se sorprendió al ver cómo formaba un arcoiris hermoso y lleno de colores cuando los rayos del sol traspasaban su interior.
"Necesito una mesa en donde colocar la maceta con la flor"-pensó cada vez más entusiasmado. Salió con dinero, deseoso de encontrar una muy bella. Recorrió tiendas y tiendas, grandes y pequeñas y no encontró una que le pareciera lo bastante hermosa. Finalmente, halló una que le pareció ser la mejor. La encontró en un bazar de ésos perdidos en la gran ciudad. Sólo necesitó lustrar su cubierta de fino nogal para que luciera en todo su esplendor.
Buscó después un fino mantel con que cubrir la mesa en donde pensaba colocar el florero que luciera tan graciosa flor.
Lo buscó en las grandes tiendas; lo buscó en fábricas donde se hacían manteles de lino fino y no encontró uno que le pareciera digno de tanta belleza.
Cansado regresaba a su casa, un poco triste de no haber encontrado el mantel que buscaba, cuando escuchó una vocecilla ofreciendo mercancías. Se acercó y encontró una indígena que con sus toscas manos tejía manteles, servilletas, carpetas y cuantas hermosuras le dictaba su imaginación.
Y ahí, entre todas ellas encontró finalmente el mantel que buscaba. Estaba bordado con bellas flores; realizado en burda manta y bordado con toscos hilos. Era tan hermoso que ninguno realizado con el más fino lino e hilos de oro y plata igualaban su hermosura.
Así, contento llegó a su casa a poner el mantel y colocar sobre él, la maceta con la hermosa flor.
Pero no la encontró por ninguna parte. Alguien al verla tan bella y colocada en tan bonita maceta había hurtado su preciado tesoro.
Lloró por la pérdida. No por el trabajo y esfuerzo que puso en ello, sino por la pobre flor. Seguramente aquél que la robó no tendría para con ella los mismos cuidados, ni sabría darle el mismo amor.
Nadie que roba lo que no es suyo, aprecia el trabajo, el esfuerzo, el amor con que se hacen y tienen las cosas.
Y lloró por su bella flor y el destino que le esperaba.
Meses después, caminando entre las calles, encontró a su flor. Estaba marchita, la maceta rota y la tierra seca. La amaba tanto que se alegró de verla. La tomó amoroso entre sus manos y volvió a llevarla a su casa. La colocó en la mesa, sobre el bello mantel, reparó la maceta, cambió su tierra, la regó, esperando el milagro de verla renacer. Pasó un día, dos y la flor no renacía.
Un día, tuvo que tirarla finalmente porque estaba muerta. Ni sus lágrimas habían podido hacerla revivir.
El dolor de perderla, cedió y finalmente olvidó a la flor.
Dormía un día cuando despertó sorprendido ante una luz que parecía brillar en la habitación. Se preguntó qué podría ser y de donde vendría el resplandor que lo despertó.
La luz señalaba el rincón en donde estaba olvidada la mesa, el mantel y la maceta.
Entre la tierra que conservaba un poco de humedad, se abría paso un retoño, luchando contra la sequedad.
Su corazón se alegró grandemente y con mucho cuidado puso un palito para que el pequeño retoño tuviera en que sostenerse.
Cada día que pasaba, veía cómo el retoñito se iba volviendo más fuerte con sus cuidados y su amor. Hasta que finalmente se transformó en una flor más bella que la primera.
Decidió llamarla "luz" porque luz había llevado a su vida. Porque luz había despertado su corazón.
Debo decir que éste chico pensaba quitarse la vida el día que encontró a la flor.
Estaba decidido a ello, adolorido por el desdén con que fué tratado por una soberbia muchacha; cansado de ser tratado de ésa manera por todos aquellos con los que tenía contacto.
Esa flor tan bella llenó de luz su alma, que estaba a punto de perderse por el dolor.
Esa flor tan bella sacó de su corazón el amor que tenía guardado y que nadie había aceptado.
Entendió finalmente que Dios había enviado ésa flor para sanar sus heridas y enseñarle que en lo más sencillo está realmente la belleza. Aprendió que él, al igual que la flor había sido olvidado hasta que Jesús lo rescató.
En una triste calle de una gran ciudad se encontró un día un chico, una hermosa flor.
Era una flor tan bella que deseó cuidar de ella. La llevó a su casa, buscó una maceta que hiciera juego con su belleza. Buscó ésa maceta en grandes florerías y no encontró una que le pareciera digna. Finalmente, halló una tirada en un basurero de una gran casa. Sucia y llena de tierra reseca y hojas podridas. Sólo tuvo que lavarla y se sorprendió al ver cómo formaba un arcoiris hermoso y lleno de colores cuando los rayos del sol traspasaban su interior.
"Necesito una mesa en donde colocar la maceta con la flor"-pensó cada vez más entusiasmado. Salió con dinero, deseoso de encontrar una muy bella. Recorrió tiendas y tiendas, grandes y pequeñas y no encontró una que le pareciera lo bastante hermosa. Finalmente, halló una que le pareció ser la mejor. La encontró en un bazar de ésos perdidos en la gran ciudad. Sólo necesitó lustrar su cubierta de fino nogal para que luciera en todo su esplendor.
Buscó después un fino mantel con que cubrir la mesa en donde pensaba colocar el florero que luciera tan graciosa flor.
Lo buscó en las grandes tiendas; lo buscó en fábricas donde se hacían manteles de lino fino y no encontró uno que le pareciera digno de tanta belleza.
Cansado regresaba a su casa, un poco triste de no haber encontrado el mantel que buscaba, cuando escuchó una vocecilla ofreciendo mercancías. Se acercó y encontró una indígena que con sus toscas manos tejía manteles, servilletas, carpetas y cuantas hermosuras le dictaba su imaginación.
Y ahí, entre todas ellas encontró finalmente el mantel que buscaba. Estaba bordado con bellas flores; realizado en burda manta y bordado con toscos hilos. Era tan hermoso que ninguno realizado con el más fino lino e hilos de oro y plata igualaban su hermosura.
Así, contento llegó a su casa a poner el mantel y colocar sobre él, la maceta con la hermosa flor.
Pero no la encontró por ninguna parte. Alguien al verla tan bella y colocada en tan bonita maceta había hurtado su preciado tesoro.
Lloró por la pérdida. No por el trabajo y esfuerzo que puso en ello, sino por la pobre flor. Seguramente aquél que la robó no tendría para con ella los mismos cuidados, ni sabría darle el mismo amor.
Nadie que roba lo que no es suyo, aprecia el trabajo, el esfuerzo, el amor con que se hacen y tienen las cosas.
Y lloró por su bella flor y el destino que le esperaba.
Meses después, caminando entre las calles, encontró a su flor. Estaba marchita, la maceta rota y la tierra seca. La amaba tanto que se alegró de verla. La tomó amoroso entre sus manos y volvió a llevarla a su casa. La colocó en la mesa, sobre el bello mantel, reparó la maceta, cambió su tierra, la regó, esperando el milagro de verla renacer. Pasó un día, dos y la flor no renacía.
Un día, tuvo que tirarla finalmente porque estaba muerta. Ni sus lágrimas habían podido hacerla revivir.
El dolor de perderla, cedió y finalmente olvidó a la flor.
Dormía un día cuando despertó sorprendido ante una luz que parecía brillar en la habitación. Se preguntó qué podría ser y de donde vendría el resplandor que lo despertó.
La luz señalaba el rincón en donde estaba olvidada la mesa, el mantel y la maceta.
Entre la tierra que conservaba un poco de humedad, se abría paso un retoño, luchando contra la sequedad.
Su corazón se alegró grandemente y con mucho cuidado puso un palito para que el pequeño retoño tuviera en que sostenerse.
Cada día que pasaba, veía cómo el retoñito se iba volviendo más fuerte con sus cuidados y su amor. Hasta que finalmente se transformó en una flor más bella que la primera.
Decidió llamarla "luz" porque luz había llevado a su vida. Porque luz había despertado su corazón.
Debo decir que éste chico pensaba quitarse la vida el día que encontró a la flor.
Estaba decidido a ello, adolorido por el desdén con que fué tratado por una soberbia muchacha; cansado de ser tratado de ésa manera por todos aquellos con los que tenía contacto.
Esa flor tan bella llenó de luz su alma, que estaba a punto de perderse por el dolor.
Esa flor tan bella sacó de su corazón el amor que tenía guardado y que nadie había aceptado.
Entendió finalmente que Dios había enviado ésa flor para sanar sus heridas y enseñarle que en lo más sencillo está realmente la belleza. Aprendió que él, al igual que la flor había sido olvidado hasta que Jesús lo rescató.