El amigo fiel

Por Laura Aguilar Ramírez

Es temprano, muy temprano según le parece a Micaela. 
"Arriba, ya es hora"-le dice su madre.
Mmmm... se estira tratando de alejar el sueño.
Vestirse con el uniforme que ha puesto en una silla desde la noche anterior, salir a los lavaderos, sacar agua de la gran pileta llena de agua fría, tan fría que termina por despertar al lavarse la cara y las manos... Todo es parte de la rutina diaria de ella y de su madre. 

Tomar el morral con los libros y cuadernos y salir apresuradamente es también parte de su rutina.
Su madre camina con pasos largos y rápidos, mientras Micaela camina casi corriendo detrás de ella, sus pasos son mucho más cortos. Su madre la lleva de la mano, cargando el morral de útiles.

Salen del callejón donde viven, tuercen a la derecha y caminan por la larga calle que lleva a la parada, nombre con el que es conocida la esquina donde el camión se detiene. Micaela y su madre tuercen de nuevo a la derecha, ignorando las señas que les hace el chofer para que suban al camión. Caminan por otra larga calle solitaria, llena de grandes casas de un lado y del otro. Atraviesan la avenida donde empieza la zona de comercios, cerrados a ésa hora y continúan su andar

Micaela va contando las cuadras largas, largas... 1.. la vinatería y carnicería. 2.. la calle de la casa embrujada... o al menos, a ella éso le parece aquella casona en la que nunca ha visto una luz, o algo que indique que está habitada. Es una casa inmensa, con una capilla y grandes jardines según le han dicho. 3... la calle de la prepa y finalmente llegan a la escuela que está cerrada en ése momento. 

Es casi siempre, la primera en llegar. Ahí su madre se despide, dándole unos centavos para comprar algo en el recreo. No han desayunado aún.

Desde ahí ve a su mamá seguir apresurada. Sabe que le faltan aún dos calles tan largas como las anteriores, antes de llegar a la plazuela donde se ve vida: una señora vende tamales que saca de un gran bote, por allá otra persona exprime naranjas para después servirlo en grandes vasos que vende a los trabajadores que pasan, otra persona más vende pan y café. Su madre no se detiene en ninguno de los puestos y continúa su camino hasta llegar finalmente a la fábrica donde labora.

Poco a poco, van llegando otras niñas a la escuela. Algunas llegan caminando de la mano de sus padres y algunas, bajan de carros o del camión que para en la esquina.

En la tarde, a la salida de la escuela, Micaela regresa caminando con algunas niñas junto a sus madres. Debo aclarar que la escuela a la que asiste, es sólo para niñas. La escuela para niños, se encuentra a dos cuadras de distancia.

Es bonita su escuela, sus maestras son muy buenas y sus amigas, más. Sobre todo una, Beatriz. Unas niñas van quedándose en las distintas cuadras. Beatriz y ella son las que viven más lejos. Son las únicas que viven cerca entre sí y a Micaela le gusta mucho jugar con ella. Beatriz la ha invitado varias veces a su casa. Vive en una vecindad humilde cercana a su casa. Con ella juega a la casita, a las muñecas, a la comidita. Es muy divertida y alegre.

Sin embargo, no a todos les agrada Beatriz. Un día, Micaela la invitó a jugar a su casa. Y su tía no la dejó entrar a la casa. En realidad, la casa eran tres viviendas donde vivían Micaela y su madre, su tía con sus hijos y la nuera de su tía.

A su tía no le gustaba que entrara nadie que no fuera de la familia. Y menos alguien "piojoso y mocoso" como la amiguita de Micaela. Al menos, éso fué lo que le dijo a su madre cuando llegó del trabajo. Le dijo también que le prohibiera juntarse con niñas así. Su madre callaba muchas veces, pero le dolía el trato que le daban a su hija. Por supuesto que no le prohibió juntarse con Beatriz, y hasta le dió permiso de ir a jugar a su casa, siempre que tuviera cuidado al pasar la calle.

A su madre también le dolía que su hija se fuera sin desayunar, pero no contaban con cocina. La cocina estaba en casa de la tía y no abría su casa temprano. Su tía también se encargaba de prepararles la comida y la cena, cobrando por supuesto. Regresando de la escuela, Micaela iba a casa de su tía a ayudarle a lavar los trastes, a barrer el patio, a limpiar las siete jaulas de sus pájaros. Ayudaba también a limpiar chiles, cebollas. Y en vacaciones, también tendía las camas.

Su madre le había dicho que fuera acomedida para que su tía no se enojara. Los sábados en la tarde, ayudaba a pasarle a su tía lo necesaro mientras ella preparaba tamales que vendían Micaela y sus primos en la iglesia cercana. Ayudaba también a tender la ropa de la tía y su nuera y a destenderla por la tarde.

Todo éso dolía a la madre de Micaela, pero no tenía un lugar mejor a donde ir. Ahí por lo menos, no pagaba renta, pues pertenecía a una de sus hermanas, que vivía lejos y no utilizaba el cuarto donde vivían. Los otros dos cuartos de la vivienda, eran ocupados por hijos de la tía.

Micaela tenía 6 años de edad. iba en primero de primaria.

Pasó el tiempo. Terminó el ciclo escolar y un día, Beatriz se cambió de casa. A partir de ahí, Micaela no tuvo amigas. Al empezar las clases, regresaba sóla las últimas cuadras. Afortunadamente no pasaba calles donde transitaran carros, excepto la avenida, pero ésa la atravesaba con una compañera y su mamá.
Micaela se quedó sóla, sin amigos con quien jugar en las tardes.

Una mañana, mientras esperaba se abriera la escuela, apareció un hermoso perro color dorado en la esquina. Como si adivinara la soledad de la niña, se acercó a ella con una sonrisa, con ésa sonrisa bonachona que tienen los perros. Movía la cola alegremente, como si se encontrara con alguien muy querido.

Micaela lo acarició timidamente al principio y viendo que le agradaba al perro, le rascó las orejas y la cara. Ese día había encontrado un amigo fiel, como se dió cuenta después.
A la salida de la escuela, el perro estaba en la esquina acercándose al verla salir, moviendo la cola y haciendo piruetas delante de ella..

A partir de ése día, "Terry" que era el nombre que Micaela había elegido para él, iba tras del pequeño grupo de niñas y madres, caminando alegremente. Cuando llegaba el momento en que Micaela se quedaba sóla, "Terry" se ponía a su lado, jugueteando con ella.
Micaela trataba de terminar sus tareas más rápido para poder salir a jugar con "Terry". Corrían por la privada, Micaela le arrojaba un juguete y "Terry" lo alcanzaba y se lo traía con el hocico, depositándolo a sus pies.
Micaela no se preguntó nunca cómo sabía hacer éso y tampoco preguntó cómo aprendió a sentarse, dar vueltas en el suelo ni cómo le daba la patita. Pronto aprendió a decirle a "Terry" "Siéntate", "da vueltas", "saludame". Y "Terry" lo hacía. Era tan lindo.

Pero un día, su tía que nunca salía de su casa, fué a la tienda que estaba a sólo unas casas. Iba enojada porque no había quien lo hiciera. Al escuchar a la niña reir, volteó y se enojó más al verla jugar con un perro, en lugar de estarla ayudando.

Llamó a un señor que se encargaba de sacrificar a los cerdos que criaba la tía para vender la carne. Llegó el señor con una escopeta. Metió a "Terry" al patio y lo amarró al cochinero.
A la niña se le ordenó irse a su cuarto, pero desde la puerta que tenía cristales se podía ver todo: vió cómo lo amarraban y cómo le dispararon.

Nadie parecía oir sus gritos: "no te mueras, Terry... no te mueras"
Otro tiro.. "no te mueras..." y Terry volteaba a verla como si no sintiera nada, ni siquiera aullaba.
Otro tiro.. "no te mueras..." y otro tiro...
Alguien llegó hasta ella y le tapó la boca.
Sólo en ése momento, "Terry" cayó al suelo. Le habían disparado 5 veces. Se resistía a morir, como si supiera que iba a dejarla sóla.

Cuando llegó su madre, Micaela le platicó todo, llorando amargamente.
Al indagar, su hermana le dijo que el perro tenía rabia, porque echaba espuma por la boca y por éso lo había sacrificado.

Su madre, como siempre, calló. Sabía que su hija no mentía. Pero no tenía un lugar a donde no pagara renta y donde por lo menos le dieran de comer a su hija.

Y Micaela siguió ayudando a su tía a limpiar las jaulas, a barrer, a tender... y todas ésas cosas que a su tía le agradaban. Pero nunca volvió a sonreir.

Había conocido la maldad de las personas.